Los nägbe que vencieron a un ejército

| Tercera parte |
De lo que se trataba era de equiparar el miedo. «Si nosotros estábamos asustaos, ellos también estaban asustaos. Si ellos no dormían, nosotros tampoco», me dice Jorge Sánchez, uno de los manifestantes de Pueblo Nuevo, en una parada de autobús ubicada en la carretera panamericana.
Estamos sentados frente a una llanura verde con montañas, entre las que se encuentran algunas viviendas de cemento muy modestas. Detrás de la parada hay otros cerros con casas de madera, y detrás de las casas de madera están otros cerros. La carretera panamericana que conduce hacia Changuinola es una delgada línea entre un paisaje dominante por su verdor y dimensión. Los carros lucen diminutos y las personas más pequeñas de lo habitual.
Otro joven que nos acompaña en la parada me muestra un video de esos días en su teléfono celular. Se observan a decenas de ellos emboscando a la caravana de autos militares. Los indígenas —y otros panameños que se mudaron por estas tierras lejanas— atacan con piedras a los policías desde los montañas, por la carretera y en la llanura. La autoridad parece confundida y les lanza gases lacrimógenos mientras retroceden sus vehículos. El joven propietario del video tiene un hombro afectado por un golpe que sufrió con una de las latas con gas irritante que les disparó la policía, pero celebra que en Pueblo Nuevo no avanzó la represión.
Video tomado de redes sociales durante las protestas
El sábado 14 de junio los panameños iniciaban la celebración del día del padre previsto para el domingo 15 del mismo mes. En Pueblo Nuevo, Chiriquí Grande, en Bocas del Toro, sospechaban que una represión se avecinaba, pero no tenían ni hora ni fecha. Desde finales del mes de abril más de 30 puntos en carretera habían bloqueados los indígenas molestos con unas reformas a la seguridad social.
En la tarde del 14, fecha del inicio de la operación policial para lograr la apertura de las calles cerradas, fueron reprimidos sorprevisamente con gases lacrimógenos. Ese día, Rodrigo, un señor voluntario del Sistema Nacional de Protección Civil, vio a una madre indígena con sus cuatro hijos caminando montaña adentro donde fueron a buscar refugio las familias que vivían cerca de los enfrentamientos. Pueblo Nuevo estaba repleto de gases, y la menor de ellas, Michelle Beker, de poco más de un año, lucía pálida, me dijo Rodrigo.
La madrugada del 15 de junio, unas 300 personas de Pueblo Nuevo tomaron la decisión de protegerse del enorme operativo policial. Clavaron clavos en la carretera y abrieron dos profundas zanjas de extremo a extremo de la calle para evitar que los autos de la policía pasaran y les quitaran las barricadas de árboles que cortaron y colocaron en la calle. Los siguientes días se defendieron de esta forma, y más comunidades vecinas se sumaron a su iniciativa. Esto permitió que parte del convoy policial, cada vez que intentaba pasar, terminara con sus ruedas pinchadas, quedando vulnerables ante los manifestantes que les lanzaban piedras. Los indígenas más jóvenes construyeron escudos con antenas y con latones viejos para protegerse de los disparos de perdigones que llegaban también desde un helicóptero. Estos enfrentamientos se extendieron por algunos días hasta que se logró un acuerdo de paz.



Mientras sucedían los enfrentamientos entre la policía y la comunidad, el estado de salud de la pequeña Michelle se agudizaba en la montaña. Ella estaba a cuatro horas de la carretera con su madre y sus hermanos. Franklyn, el papá de la niña, estaba en la ciudad de Panamá trabajando en un supermercado como carnicero. La niña murió en el cerro sin atención médica. Un vecino que asistió al entierro de Michelle me dijo que el papá pidió ver a la niña sin vida y exigió justicia después de enterrarla. «Solo había dolor, más nada», me dijo el señor que ayudó a sepultarla. A partir de ese momento, Michelle está en un cementerio comunitario cubierto de plantas.

En la carretera donde hicieron la acampada los protestantes, no obstante, siguen llegando más nägbe para contarme sus experiencias. Tenían heridas en los pómulos, en el cuerpo y uno de ellos tenía una herida de bala en una pierna. Lo último que supe de ellos —24 horas después de mi visita, en las noticias— es que habían salido a protestar otra vez.
Por V.A. Mojica