desobedecer

correspondencia | una piscina en la sala

La desobediencia casi siempre se castiga. Kurt Cobain, vocalista de Nirvana, cuando era adolescente tuvo un amigo gay llamado Myer Loftin. El pueblo de Aberdeen, Washington —donde el músico había nacido—, era homofóbico, pero él dormía, fumaba marihuana, tocaba guitarra y hacía fiestas con el joven maricón. Kurt lo conoció en una clase de arte en la escuela. Myer le dijo que escuchaba a Led Zeppelin y que era homosexual. «No pasa nada. Sigues siendo mi amigo y yo te quiero igual. No hay ningún problema.», le dijo Cobain.

La amistad perduró hasta que sus compañeros de la escuela comenzaron a golpearlo por su amistad con Loftin. «Después de clase —dice el músico en el libro Come as you are, de Michael Azerrad— había un joven que me tiraba al suelo nevado, me sujetaba y se sentaba en mi cabeza.» A los días, Cobain le dijo a Loftin que no podría seguir siendo su amigo. El artista usualmente se vengaba de las injusticias. Tiempo después pintó en las paredes del barrio: «Dios es Gay». 

En esta época Kurt sería considerado un joven de cristal. Pero en aquellos años —finales del siglo XX— simbolizaba la rebeldía de una generación de jóvenes que crecían en hogares con padres estrictos y separados. Si el músico llegaba a una casa y no le abrían la puerta, la tumbaba. Si competía en el colegio —lucha libre— perdía para enojar a su competitivo padre, Don Cobain. En una ocasión encontró un mural de la banda Pink Floyd y lo vandalizó con pintura de aerosol. Kurt terminó en la cárcel por contradecir las normas.

Henry David Thoreau,  filósofo y poeta, también fue a prisión por ser desobediente, pero en el siglo XIX. Thoreau era un crítico del destino de sus impuestos. En su libro «Desobediencia Civil y otros textos» dice que una vez se enojó porque el Estado le quiso cobrar impuestos en nombre de la Iglesia. «No deseo ser considerado miembro de ninguna sociedad legalmente constituida en la que no me haya inscrito personalmente». Finalmente lo arrestaron por no pagar los tributos. «No me sentí confinado ni un solo instante —escribió—, y los muros se me antojaban enormes derroches de piedra y cemento.» 

Sin embargo, este no fue mi caso. Mi desobediencia no fue castigada por estudiantes homofóbicos o por el Estado. Existen pequeñas rebeldías que pasan desapercibidas. Era entonces más pobre que un gato callejero y no podía pagar un plomero para que reparara un grifo que goteaba en la cocina del pequeño apartamento donde vivía con mi familia. 

«¡Cómo no voy a poder reparar esa gotera!», me dije con la seguridad imaginaria que experimentan los hombres con pocos atributos cuando les surge una oportunidad inevitable de mostrar de qué están hechos. Abrí la tubería sin cerrar la llave de paso de agua, y pronto crecería una piscina en la sala. Mis pequeñas hijas se emocionaron y dijeron: «¡Vamos por el vestido de baño!» Asustado, y rendido ante mi ineptitud, me incliné por desobedecer la figura del padre responsable. En vez de salvarlas del agua y detener la inundación, me bañé con ellas en la sala hasta que un vecino cerró la llave del agua.

V.A. 

entrevista |

Lucy Chau

Autora de la biografía de la bailarina Vielka Chu, La Oveja Negra de mi familia.

La biografía de Vielka Chu es un homenaje también a su rebeldía. ¿Cuál crees que es el origen de su incomodidad?

Ella nació en un contexto de desigualdad y en una época de marcadas diferencias sociales. La educación en Panamá estaba segmentada para ricos y para pobres, y ella era pobre. La discriminación, por su herencia negra y asiática, la empujó a levantar la voz a través del arte. Encontrar a otros inconformes y marginados, hasta por sus familias, la ayudó a entender que no tenía un lugar en el mundo. De ahí su incomodidad y su rebeldía, pero sobre todo su afán de manifestarse.

Vielka Chu fue una artista multidisciplinaria, pero sobre todo fue bailarina. ¿Qué papel u obra rescatarías de su proyecto y por qué?

La obra con la que me parece que alcanzó su madurez fue La pasión de decir, que está inspirada en un texto de Eduardo Galeano. La coreografía se hizo a partir de la literatura y de los talleres del grupo Yanza Danza, una compañía que hizo mi hermana con sus alumnas y amigas. El vestuario fue diseñado y creado por ellas, así como el trabajo artístico que interpretaron. Con esa presentación dejó de ser estudiante, creadora e intérprete de piezas.

Este libro es una investigación sobre una hermana. ¿Qué desafíos representó indagar en un familiar tan cercano ?

Vielka recopiló mucha información sobre ella en periódicos y en programas de mano que tenía de sus presentaciones, pero muy poca en estudios sobre el arte en Panamá. Mi hermana casi no existe en la literatura del arte panameño. Otro de los desafíos fue empezar a escribir poco después de su muerte, porque con el duelo hay algo de rabia y de frustración. Quería preguntarle muchas cosas y ya no podía, hasta que entendí que ella había dejado suficientes pruebas de su paso por este mundo.

¿Qué aprendemos conociendo a Vielka?

A sobreponernos a las circunstancias más adversas, a no dejar pasar oportunidades de aprender y a vivir con pasión. Después de todo: ¿Quién te puede quitar lo bailado?


La Oveja Negra de mi familia

La Oveja Negra de mi familia

Lucy Chau

© Lucy Chau

© Casa Editorial Descarriada

ISBN: 978-9962-8514-2-4


comprar | $ 10.00

anótate allí | otras rebeldías

Violencia con poca sangre

cine

Una vez le preguntaron al cineasta austríaco, Michael Haneke, por Pulp Fiction —de Quentin Tarantino—, y dijo que salió del cine molesto porque sus espectadores se reían de las escenas ultraviolentas. «Yo creo que es más inteligente trabajar con las fantasías del espectador. Las fantasías del espectador son usualmente más poderosas que cualquier imagen. La tabla del suelo que cruje es peor que el monstruo de la puerta», dijo el cineasta y director de Funny Games.

Funny Games (1997)
Two psychotic young men take a mother, father, and son hostage in their vacation cabin and force them to play sadistic “games” with one another for their own amusement.

A favor de la soledad

ensayo

 «El estado de soledad no pretende evocar una simple meditación rústica junto a un lago plateado. La soledad de la que hablo se parece mucho más a la soledad del nacimiento o de la muerte. Es como la soledad que se ve en los ojos de alguien que sufre y a quien no podemos ayudar. O es como la soledad del amor, la fuerza y el misterio que tantos han ensalzado y tantos han maldecido, pero que nadie ha comprendido nunca, ni ha sido capaz de controlar.»

—El proceso creativo, James Baldwin

Vivir robando

libro

«Recuerdo muy bien a mi madre, tenía un cuerpo bonito y robusto, con las muñecas y los tobillos delicados. Tenía una melena frondosa y muy clara que siempre llevaba recogida alrededor de la cabeza. Era alegre y enérgica, pero a veces se disgustaba y la veía abatida. Entonces le preguntaba: ¿Qué te pasa mamá? Y me respondía con un bofetón en la boca tan fuerte que me sangraban los dientes. Resulta que mi madre era muy orgullosa y no le gustaba admitir que a veces estaba triste.»

—Memorias de una ladrona, Dacia Maraini

MEMORIAS DE UNA LADRONA |
Teresa Numa, protagonista de la novela, vive de lo que consigue robar. Su historia se desarrolla (primero en Roma y luego por toda Italia) en insalubres pensiones, cines de tercera categoría, manicomios criminales y cárceles femeninas, donde Teresa entabla amistades con estafadores, prostitutas y carteristas profesionales, sin por eso dejar de ser una persona simple, alegre y, a su modo, honesta. Sus vivencias -narradas en primera persona- permiten humanizar el lumpen, comprender los orígenes de la marginalidad y trazar una línea de cordura entre el delito y la necesidad. En el mundo de Teresa la violencia y los abusos están a la orden del día: el amor tiene un precio; el sexo es moneda de cambio y no hay trabajo para nadie. Sin embargo, en medio de este escenario hostil, Teresa será capaz de arrancarle al destino momentos de punzante sinceridad, retazos de una bondad ahogada por el tiempo y las circunstancias que le tocó vivir.

Una niña desaparecida no quiere que la encuentren

crónica

«Varias veces, quién sabe cuántas, los soldados pasaron muy cerca de ellos. En ocasiones, incluso, a unos pocos metros de distancia. Tan pocos metros, que los niños, además de escucharlos, podían verlos bajo la lluvia en sus trajes camuflados, con los morrales al hombro, sus armas terciadas, llamando a Lesly por su nombre (...) Lesly, la mayor, le tapaba la boca a la bebé con la mano para ocultar su llanto.»

—La selva madre, cuatro niños y cuarenta días después, José Alejandro Castaño.

La selva madre, cuatro niños y cuarenta días después (capítulo 2)
Manuel Miller Ranoque mintió cuando dijo que Lesly, su hijastra, la heroína de esta historia, había dicho que su mamá estuvo viva cuatro días adentro de la aeronave accidentada. Volvió a mentir cuando dijo que su esposa les dijo a los niños: «Váyanse, ustedes van a mirar quién es su papá, y quién sí sabe …

después

estallar | octubre 2024

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